Lejos de desaparecer, de ir a cada vez
a menos, nuestras calles se ven pobladas por heces, deyecciones, excrementos,
deposiciones… hablemos claro, de mierdas de perro abandonadas por sus amos,
dejadas para que otros las esquiven, las pisen, se asqueen.
Hablar aquí de esto, me resulta absurdo, pero inexorablemente necesario. En un blog de ciencia policial?
Pero
al final la policía local, que en este caso es competente, qué hace si no es
hacer cumplir las ordenanzas municipales. Es la herramienta política perfecta
para “atajar” este triste y endémico problema de los pueblos españoles. Que la
policía multe a todo aquel que no limpie las deyecciones de su mascota en la
vía pública y asunto solucionado. Una vez más, la irrefutable teoría de las
tareas restantes1, impera y se hace incontestable. Pasa a ser un
tema policial y aquí paz y allí gloria.
¿Nos
hemos parado a pensar en semejante dislate?… un par de policías escrutando con
sigilo a un perro y a su amo, esperando a ver si se va sin limpiar el detrito
urbano. ¿Es que alguien osará hacerlo delante de la patrulla, será tan chulo de
irse dejando el “regalo”? Evidentemente no, lo normal es que infractor no lo
ponga tan fácil. Así que en primer lugar, enviar o destinar a Agentes a hacer
esa función es inútil. Alguien puede pensar que la solución podría ser, ir de paisano, de incógnito, de
“secreta” si se quiere… ¿En serio, de verdad? ¿Pensamos gastar los recursos
municipales de esa manera? Destinando a Agentes habilitados por el subdelegado
de Gobierno para multar a vecinos sin escrúpulos que no limpian las cacas de
perro.
Seguro
que ustedes se les ocurren doscientas maneras más eficientes de destinar a
Agentes de incógnito.
Pero
pongámonos es situación, lo vemos, lo identificamos y lo multamos. Comienza así
un expediente sancionador con todos sus trámites y reglas. Llega la sanción y
el fulano la paga. Pero a ese infractor, que es un cerdo, un maleducado y nada
solidario con sus vecinos, la sanción, ¿qué nos soluciona a toda la colectividad?
Nada, cero, no sirve de nada. Muy probablemente, ese insolidario ciudadano lo
será aún más, enfadado con una sociedad que le multa por unas cagaditas que su
perro dejó una vez y justamente allí estaban los malos de la película para
multarle.
El
problema no es policial, la policía no lo puede solucionar. Solo se me ocurren
tres maneras de solucionar esta proliferación de excrementos sin solución de
continuidad.
La
primera, educación, que es la piedra angular de una sociedad moderna y
solidaria.
Cada
vez hay más perros, porque es la moda, así de claro. La gente se compra un
perro porque su vecino tiene un perro. Pasó lo mismo con los todo-terrenos,
porque que sepamos no hay más montañas hoy que ayer. La gente hace lo que hace
otra gente, y la moda de los perros está aquí y va a durar mucho; un perro es
algo más que una mascota cualquiera; un perro te da cariño, es leal y
servicial, bueno, es el mejor amigo del hombre; no lo vamos a descubrir aquí.
En resumen, que es tremendamente agradecido tener perros, por eso la gente los
tiene a mansalva y los va a seguir teniendo. De ahí que hace unos años la
maquinaria legislativa del Estado se puso a imprimir normas relacionadas con
los animales de compañía. Se creó un fichero, del que son competentes los
Ayuntamientos en llevarlo a buen término, unos requisitos para poseer perros de
raza peligrosa, penalizó su muerte y maltrato, los municipios hicieron lo
propio con sus ordenanzas… y así hasta hoy. Donde el negocio de los canes da de
comer a mucha gente. Los veterinarios proliferan, como las empresas de recogida
de animales extraviados, las de adiestramiento, peluquerías, pajarerías,
fabricantes de casistas de madera, hasta carreras “running” con perros. ¡Esto
es la revolución! Pero se nos ha olvidado una cosa, educar a los amos de los animales.
Piensen
un momento en algo que es pura lógica: la gente se ha comprado un perro sin
tener la más remota idea de lo que ese animal necesita. Tiene un perro pero le
entra pereza cuando tiene que sacarlo a pasear; a las nueve de la noche lo saca
con prisas, el animal se ha pasado el día en un piso y nada más salir defeca en
la acera. Lo hace rápido porque sabe que pronto volverá a su casa, donde allí,
por supuesto no puede hacerlo donde quiera porque le van a abroncar.
Si
un perro tuviera la tercera parte de raciocinio que su amo, no se dejaría sus
deposiciones sin recoger; porque los perros son sociables y con ese plus de
inteligencia que imaginariamente le hemos dado, no pensarían ni por un momento
en dejar las calles llenas de excrementos para el uso y disfrute de los demás.
Porque ese es el quid de la cuestión. Cuando los amos no limpian, lo que están diciendo
a la sociedad es algo tan duro como: “estoy
dejando mierdas en mi ciudad, porque me importa un comino que las calles estén
llenas de estos excrementos; sí, así soy yo, un ser despreciable que ensucia su
ciudad, que piensa que esto lo tienen que recoger otros, pero yo no. Llámenme
cerdo, me trae sin cuidado. Ah, una cosa más… jódanse”.
No
les parece que esta clase de personas necesitan educación?
Sería
necesario un curso de civismo incluso antes de adquirir la mascota, que se
articule a través de las tiendas de animales, obligatorio, como requisito
previo a la obtención del animal. Y cambiar la hipotética sanción por la
repetición de ese curso. Un curso que debería encargarse el propio Ayuntamiento
como competente que es en el problema.
Sin
descartar una agresiva campaña de
publicidad; imagínense un cartel con la foto de una persona, un perro y una
deposición, abajo la parrafada que hemos entrecomillado. El hombre podría ser
un padre de familia, o alguien conocido y respetado, para que se viera que
cualquiera puede ser un gorrino con sus conciudadanos. Con un rótulo algo
bizarro e impactante como el que da título a este artículo “Una ciudad de
mierda”. Jugando con esa doble condena que lleva el hecho; no solo se
transgrede una ordenanza municipal, sino que pensamos que nuestra ciudad es un
gran basurero donde podemos arrojar cualquier despojo en cualquier momento. ¿Es
esa clase de vecino el que queremos tener?
Campaña
publicitaria, educación y por último, y como todos saben de sobra, cuando a uno
le tocan el bolsillo es cuando de verdad aprende. Pero ya hemos dicho que la
sanción no es la solución… Así que solo nos queda una opción, aplicar una tasa de recogida de excrementos.
¿Qué
ciudad no tiene deposiciones en la actualidad? Solo aquella que se afana en
limpiarlos. Por poner un ejemplo, Peñíscola (Castellón), una ciudad donde a las
6.00 AM una brigada bien pertrechada de servicio de limpieza se propone de
lunes a domingo, dejar la ciudad como los chorros del oro; no hay excrementos
porque ha venido alguien y los ha limpiado. Eso se lo pueden permitir ciudades
que viven del turismo, la imagen y la pulcritud; pero seamos sinceros, todas
las ciudades no son Peñíscola y no pueden destinar ingentes cantidades de
dinero en limpieza viaria.
La
solidaridad a la fuerza, eso es lo que se conseguiría con la aplicación de esa
hipotética tasa. Hoy en día aún son pocos los vecinos que llaman la atención a
los incívicos. Pero con esa tasa, todos seríamos esos mil ojos vigilantes,
porque lo que desearíamos es que nuestras calles estuvieran limpias para no
pagar esa suerte de pena colectiva y pecuniaria. Digamos que el infractor
sentiría el peso de la tasa como un acto propio, y el vecino ofendido haría las
veces de vigilante. Un futuro Orwelliano2, como casi siempre que
alguien vigila a alguien; quizás de las tres medidas, la más difícil de
aplicar.
No
obstante los Ayuntamientos se desesperan en placar este ataque de inmundicia
sin solución aparente. De hecho las quejas de los vecinos crecen
exponencialmente. Pero la evidencia demuestra que las sanciones, la vigilancia
o video-vigilancia, las campañas informativas, la proliferación de las zonas de
esparcimiento perruno o pipi-canes, no solucionan nada. Las deyecciones
continúan. Y solo con educación y civismo podremos erradicarlas. Eso es algo
que debe hacer la sociedad en su conjunto, la policía también, pero como una
parte más de ella y no como último recurso.
Para
finalizar, no quisiera dejar de mencionar a los cientos de miles de cívicos
conciudadanos que sí recogen las heces de sus perros; que son los que más, pero
que sin querer estamos criminalizando. Un acto que realmente ocupa escasos
segundos en nuestras ajetreadas vidas, pero que ayuda a tener una ciudad más
limpia. Como siempre, la actitud de unos pocos ensucia la de los demás y
ensucia también, las calles.
1 Muy sucintamente, la teoría de las tareas restantes viene
a decir que, cuando todos los mecanismos de la sociedad (o de la administración) fallan ante un
problema, el último lugar siempre estará la policía para solucionarlo. A
colación con el tema tratado, se ha dejado a la policía un problema, que ha
fallado o no ha podido solucionarse en otros estamentos.
Se puede entender fácilmente viendo a un policía actuando
ante un enfermo mental. Como se puede deducir, las fuerzas y cuerpos de
seguridad no pueden solucionarle su
problema, pero tiene que intervenir porque ha sido requeridos para ello. Pero
antes, todo el sistema ha fallado o no ha podido dar solución a ese problema.
2 Orwelliano es un adjetivo que usa en política para
referirse a gobiernos, políticas o medidas típicas de una dictadura que intenta
mantener un control absoluto de los ciudadanos de una nación valiéndose de
cualquier medio a su alcance. Un estado orwelliano puede generar una especie de paranoia
colectiva en el afán de perseguir a supuestos conspiradores mediante cacerías de brujas, juicios políticos por crímenes de pensamiento, lavado de cerebro, violación de
la privacidad, tortura, asesinato, etc.
(Metapedia)